June 21, 2018 500 AM
No fui capaz de escuchar el audio esta semana de los niños inmigrantes llorando por sus padres en un centro de detención. Al igual que muchos estadounidenses, me horroriza y me resulta difícil leer estas historias. Solo leí los titulares porque es demasiado doloroso leer la verdad de lo que está pasando en nuestro país. La verdad acerca de lo que está haciendo esta administración, la separación de niños inmigrantes inocentes de sus padres y su colocación en centros de detención, una palabra suave para el lugar donde los están metiendo.
¿Se reunirán de nuevo estos niños con sus padres? Incluso si es así, los niños vivirán para siempre con este trauma. Muchos sufrirán de estrés postraumático.
Mi madre, una ciudadana estadounidense, fue criada en México, se casó con 18 años de edad con mi padre, un ciudadano mexicano. Pronto tuvieron tres hijas, todas nacidas en Ojinaga, Chihuahua, México. Los tiempos eran difíciles en México, así que la familia, al igual que muchos inmigrantes antes y después de ella, decidió venir a los Estados Unidos, la tierra de oportunidades. Mi madre y sus tres niñas entraron en los Estados Unidos en un taxi. Mi madre presentó su certificado de nacimiento pero no le preguntaron por la ciudadanía de sus hijas.
Mi padre cruzó el río de forma ilegal. La familia terminó en un rancho cerca de Shafter donde trabajaba mi padre.
Al final, la Patrulla Fronteriza encontró a la familia en el rancho. Sigo preguntándome qué hubiera hecho mi madre si le hubieran quitado a mis hermanas Enedina, Olivia y Alma. Y qué hubiera hecho si mi padre, también, hubiera sido enviado a un centro de detención. Mi madre, en la práctica, se encontraba en un país extranjero, no hablaba inglés, no tenía medio de transporte, ni comunicación ni dinero.
¿Qué les hubiera pasado a mis hermanas y a mi padre?
Debido a que mi madre nació en los Estados Unidos, pudo ayudar a mi padre y a sus tres hijas a solicitar la residencia y todos permanecieron juntos como una unidad familiar en Presidio hasta que pudieron convertirse en residentes legales y luego en ciudadanos estadounidenses naturalizados.
Al leer los titulares de las noticias estas últimas semanas, seguía pensando que podrían haber sido mis hermanas. Doy las gracias a Dios de que Trump y Sessions no estuvieran en el poder en aquel entonces, de que su política de tolerancia cero no existiera en aquel entonces.
Mis padres criaron a 10 hijos, el resto de nosotros nacimos en Texas. Mis padres eran trabajadores, buenos padres y buenos ciudadanos. Mis padres nunca pidieron ayuda financiera, jamás recurrieron a la asistencia pública.
Su historia se parece a otras muchas, de inmigrantes que llegan a este país para encontrar una vida mejor para sus hijos.
Sigo preguntándome, ¿cómo puede este país llamarse cristiano cuando está haciendo todo menos practicar el cristianismo? La gente se envuelve en la bandera de la cristiandad y luego va y separa a los niños de sus madres.
Se trata de abuso infantil cometido por nuestro gobierno. ¿Hasta dónde permitiremos que llegue? Esta administración miente y engaña y hace daño a las personas, nos quitan nuestros derechos, está demoliendo nuestra democracia. Algún día nos despertaremos y nos encontraremos bajo un reino autoritario a no ser que hagamos que se escuchen nuestras voces.
Decir que la política de tolerancia cero es una política creada por los demócratas es una mentira. Trump disemina mentiras al igual que un marinero disemina palabrotas, una tras otra.
Durante la administración del presidente Obama, los hondureños y los guatemaltecos que huían de la violencia en sus países recibieron asilo temporal, la política de Obama era la de “capturar y liberar.” Recibieron dispositivos de vigilancia en el tobillo y al final se presentaron ante un juez de inmigración que juzgaba su caso: o bien podían quedarse en el país o eran deportados, pero los bebés no eran apartados de los brazos de sus madres y metidos en centros de detención.
Durante esa época, mi marido y yo estábamos en un vuelo con una joven hondureña y su bebé. Ella huía de la violencia en su pueblo. Viajó valientemente con su pequeño bebé y una pequeña mochila, atravesando Honduras, Guatemala y México antes de llegar a Ciudad Juárez. En el puerto de entrada de El Paso pidió asilo y se la llevaron a un centro de detención con su hijo, al cual amamantaba por aquel entonces. Un juez de inmigración le concedió asilo temporal, le colocaron un dispositivo de vigilancia en el tobillo para seguirla por los Estados Unidos, pero tenía consigo a su bebé. El bebé no le había sido arrancado de los brazos como lo está haciendo hoy en día nuestro gobierno. Una organización católica en El Paso le compró billetes de avión, ya que viajaba a otro estado donde tenía familia.
Me preocupan los miles de niños inmigrantes, algunos en tiendas de campaña en Tornillo, cerca de El Paso, con temperaturas de más de 100 grados Fahrenheit. Incluso si las tiendas de campaña tienen aire acondicionado, no es saludable para sus cuerpos y sus mentes. Los acontecimientos que están pasando hoy en día en nuestro país se parecen tanto a la Alemania nazi, cuando los padres eran separados de sus hijos, maridos separados de sus esposas, todos enfrentándose al exterminio en cámaras de gas o al pelotón de fusilamiento.
Esto no debe continuar, ¿o acaso los ciudadanos seguirán envolviéndose en la bandera del cristianismo y diciendo que Trump está haciendo grande a los Estados Unidos?
¿A quién le toca después? ¿A la comunidad LGBTQ? Los negros ya están siendo asesinados sin impunidad y los musulmanes están siendo escarnecidos. ¿A alguien que no sea anglosajón?
¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿Cómo pudo nuestro país “creado por inmigrantes” llegar a ser tan racista y, me atrevo a decir, tan poco cristiano?
¡Ya no me puedo callar! Cuando Hitler comenzó su redada y asesinato de hombres, mujeres y niños judíos, el pueblo alemán se calló, y los países se callaron.
Yo digo que ya no nos podemos callar más.
Traducción de MIRIAM HALPERN CARDONA